jueves, 9 de diciembre de 2010

Shalom David...

El día que supe de tu muerte, todavía no había ocurrido, esa llamada fue para avisarme que se aproximaba.
El día que supe de tu muerte, revise mi vida hasta hace un poco mas de un año atrás cuando nos dimos ese abrazo largo y sin palabras a sabiendas que era el ultimo que nos regalaríamos.
El día que supe de tu muerte, me di cuenta que en cada momento importante estabas tu como parte de la familia, como ese tío que la vida me regalo el día que papa y tu se hicieron amigos.
El día que supe de tu muerte, llore mucho y le comunique a los míos la proximidad de tu partida, me impresiono mucho el llanto de mi hijo, su amor por ti nunca lo había compartido.
El día que supe de tu muerte, le pedí a Dios que no te hiciera sufrir mas que dejara que pronto perdieras esta batalla, porque la guerra de la inmortalidad la habías ganado con la forma en que llevaste la vida.
El día que supe de tu muerte, enfrente la idea de que ya no estarías y me di cuenta que era mentira, que en mi corazón y el de los míos siempre, siempre te perpetuarías.
Por todo esto, he decidido borrar de mi memoria ese triste día y recordarte siempre con tu parca sonrisa, tu hablar pausado, tu prudente presencia y la bendición que siempre me diste en el momento de una corta despedida.
Shalom, mi querido David, segura estoy que estas en paz con Dios, no importando si es el tuyo o el mió, la bendición David, seguro que esta petición ya no la escuchas, pero se que igual me la darías. Te quiero mucho David, y eso es por siempre, al igual que a cada uno de los tuyos.
El día que supe de tu muerte, escribí estas líneas porque sabia que cuando ocurriera sin palabras me quedaría.
El día que ocurrió tu muerte, con esa llamada de voz débil con la que papa me la anunciaba, cerré los ojos y le di gracias a Dios porque no merecías tanta agonía…